Capítulo 3
“Cuando se habla de estar enamorado como un loco se exagera; en general, se está enamorado como un tonto.”
- Noel Clarasó
Fui demasiado estúpida e inmadura. Me enamoro demasiado rápido.
Apenas un día con él y ya me parecía un chico guapísimo y amable. Y ahora le acababa de ver besando a otra chica. Estaba totalmente deprimida. Salí del taxi y escalé por la cuerda hasta llegar a mi habitación. Cerré la ventana, guardé la soga y me puse mi pijama de ositos, el que me pongo cuando estoy triste.
Cogí el teléfono y, como me sentía sola y necesitaba apoyo, llamé a Cristina.
— Hola, soy Dana.
— Hola, Dana.
— Escucha, sé que no nos conocemos apenas, pero ¿podríamos hablar un rato?
— Claro, te escucho.
— Y antes de nada, siento haberte dejado sola dos veces el otro día.
— Tranquila, no me importa, y ahora cuéntame.
— Pues mira. ¿Te acuerdas del chico ese llamado Adrián? Pues me fijé en él. Me parecía genial. Habíamos quedado esta noche, pero cuando volví del servicio le vi dándole un beso en la mejilla a otra chica.
— Jo, lo siento mucho, ahora ya sabes que sólo podéis ser amigos.
— Estoy muy triste. Me gustaba mucho, de verdad.
— Una cosa... ¿No se te ha ocurrido que a lo mejor no es su novia?
— ¿Quién sería si no? – pregunté intrigada.
— Bueno, teniendo en cuenta que has dicho que le dio un beso en la mejilla y no en la boca...podría ser cualquier familiar.
— No sé yo, Cris. La chica, que por cierto se llamaba Noelia, era bastante guapa. Con el pelo castaño, largo y liso, y unos ojos como esmeraldas.
— ¡Ahí hay otra! ¿No son los ojos de Adrián de color verde también? ¡Está claro que podrían ser perfectamente parientes!
— Bueno...tal vez sí. Ahora estoy mucho mejor, gracias Cris.
— No hay de qué, Dana. Por cierto, ¿sigues sin hacer nada por ahí?
— No, aquí estoy, en mi casa aburrida.
— ¿Por qué no te vienes a la discoteca de Manzanares?
— ¿A esa tan chula de la que tanto se habla?
— Sí. Mi hermana mayor va cada sábado que puede desde que la abrieron y le han regalado dos entradas, que luego me las ha dado a mí para que vaya con alguien.
— Me encantaría, pero ya me he escapado con Adrián, no sé si una segunda vez me va a salir bien.
— Como quieras, si al final te apetece, nos vemos allí.
— Vale.
Colgué satisfecha, Cristina había sido totalmente comprensiva, sabía escuchar.
Decidí preguntárselo a mis padres. Después de todo, no perdía nada.
— Hola mamá – comencé.
— ¿Qué pasa, cielo?
— Me ha llamado mi amiga Cristina y tiene dos entradas para la nueva discoteca en Manzanares.
— Qué bien.
— ¿Puedo ir con ella?
— No sé yo. Eres pequeña para ir a discotecas, y menos a esa, que según he oído; está llena de gente estrafalaria y borracha.
— Mamá, estaré bien. Iré con Cristina, me cojo el autobús hasta allí, y luego vuelvo.
— No, lo siento.
— ¡Por favor!
— No, y no pienso seguir discutiendo contigo sobre el tema.
— ¡Nunca me dejas hacer nada! En el otro instituto mis amigas ya salían a fiestas y tú seguías sin dejarme ir con ellas, y ahora que puedo empezar de nuevo y que no me conozcan como la niña a la que no la dejaban hacer nada, ¡tampoco me dejas!
— Pues no, no te dejo. Por mucho que insistas no pienso cambiar de opinión, y ni si te ocurra gritarme.
Me quedé callada unos segundos.
— ¿Por qué no? Dame una buena razón.
— Pues mira, sencillamente porque no quiero que estés con mala gente, que te da mala influencia.
— Mamá, no voy a cambiar porque un día vaya a una discoteca, lo prometo de verdad, no me pasará nada.
— Ay... Prométeme que no hablarás con desconocidos, y que no harás nada que sepas que a mí me parece mal.
— Te lo prometo – asentí.
— Entonces ve.
— ¡Mil gracias mamá! ¿A qué hora estoy de vuelta?
— A las doce como muchísimo, llévate las llaves de casa.
— Vale, me voy a vestir.
Subí a mi cuarto y me volví a poner la ropa anterior, guardé el pijama de ositos en un cajón y salí por la puerta.
Anduve por la calle hasta llegar a la parada. El autobús que me había recogido era muy viejo. Los asientos estaban en su mayor parte rotos, las barras totalmente oxidadas, las ventanas rayadas y olía mucho a humo.
Los pasajeros eran una chica joven gótica, un anciano con gafitas redondas, y un hombre con un gorro que le cubría toda la cabeza.
Me senté en un asiento de la primera fila y saqué el móvil para escuchar música.
Y por fin divisé un cartel luminoso que decía: “Discoteca Manzanares”.
Bajé del autobús y entré al local. La música sonaba a cien decibelios, los gigantescos altavoces vibraban por todos lados, las elegantes lámparas cambiaban de color la luz que emitían y la pista de baile rebosaba aquella noche de gente joven.
Me adentré entre el gentío y como no veía a Cristina por ninguna parte, decidí esperarla mientras tomaba algo.
— Una Fanta de naranja por favor – le dije al camarero.
— Aquí tienes, guapa.
— Esto...- me ruboricé –. Gracias.
— ¿Es la primera vez que vienes a la Discoteca Manzanares?
— Sí – respondí mirando a mi bebida.
El chico en sí no era nada feo. Por el contrario, tenía el pelo muy oscuro, rizado y con unos ojos azules como el mar que destacaban maravillosamente en su rostro.
— ¿Cómo te llamas, guapa? – me dijo.
— Si no te importa, por favor, deja de llamarme “guapa”. Me llamo Dana.
— Vale gua...digo Dana, he terminado mi puesto. ¿Bailas?
— Estoy esperando a una amiga.
— ¿Cómo es? Tal vez sepa decirte si llegó aquí hace rato.
— Es alta, tiene los ojos castaños, el pelo negro muy oscuro y me pareció verle unas mechas moradas en el flequillo.
— ¿No es esa de ahí?
— ¡Cristina!
Fui hasta ella y la saludé.
Estuve bailando mucho a lo largo de la noche con Cristina en el centro de la más luminosa y gigantesca pista de baile hasta que llegó aquel chico de la barra:
— Oye Dana, antes te fuiste y al final no bailamos.
— ¿Conoces a Dani? – me preguntó Cristina extrañada.
— Sí. Más o menos. ¿Y tú de que le conoces?
— Es mi vecino de en frente, no sabía que trabajara aquí.
Se saludaron amigablemente.
— Bueno, Dana ¿bailas?
— Vale – dije finalmente.
Y tras mover un poco el esqueleto ante los últimos temas, llegó el turno de las canciones lentas.
“Y ahora, poneros por parejas y bailemos alguna balada” – había dicho el DJ con aire misterioso y voz grave.
Dani me dijo que si bailaba con él y como me había parecido, además de atractivo, muy simpático; accedí.
Estaba nerviosa. Bailaba pegada a un chico al que había conocido horas antes y pareció que él lo notó. “¿Te ocurre algo?” – me preguntó. “No” – respondí sencillamente; entonces no sé que hizo que me relajé totalmente y apoyé mi cabeza en su pecho. Por unas horas que me parecieron minutos, sentía una especie de brisa caliente en mi interior y mis pies se movían dulcemente al compás de la balada. Mas, aunque hubiera sido un momento tan especial, miré el reloj: “¡¿La una de la mañana ya?!”. ¿Pero cuándo habíamos empezado a bailar? ¡Las baladas duraban media hora y luego volvían a poner música electrónica!
Me acerqué a mi amiga Cris.
— ¡Cris me tengo que ir, es tardísimo! – dije con las mejillas encendidas – Por cierto, ¿a qué hora empezaron las baladas?
— Pues, creo que sobre las doce y media.
— Mis padres se enfadarán un montón. Me voy, hasta el lunes Cris.
Cuando iba a salir, Dani me cogió de la mano.
— ¡Espera Dana! Dame antes de irte tu número de teléfono para que estemos en contacto.
Hice lo que me pedía y salí por la puerta alejándome del alboroto.
— ¡Te llamaré, Dana! – fue lo último que oí de Dani antes de llegar a casa y escuchar la reprimenda más larga de la historia.
Estaba castigada sin ordenador, sin televisión, sin quedar...todo durante un mes.
No sé como se les pudo olvidar castigarme sin teléfono móvil, por lo que aún me quedaba una pizca de esperanza.
Sin embargo, tampoco estaba triste. Había conocido a un chico increíble en la discoteca, mucho mejor que ese tonto de Adrián.
Había conseguido distraerme y pasar página, todo por pedir un refresco de naranja...
Cerré la puerta de mi habitación, me puse el pijama y entonces mi móvil vibró.
Había recibido un mensaje que decía:
“Hola Dana, sigo sintiendo mucho lo de esta tarde, pero Noelia y yo nos teníamos que ir. Sigo esperando que aceptes mis disculpas y mi invitación al concierto del próximo sábado.
Un abrazo. Adrián.”
Otra vez con lo de “Noelia y yo nos teníamos ir”. Esa frase se había grabado a fuego en mi cabeza...y tal vez en el corazón. Pero no pensaba sufrir por él, ¡que se vaya con esa tonta de Noelia!
Eliminé el mensaje y me dormí profundamente pensando solamente en dos cosas:
Olvidarme por completo de Adrián y llamar al día siguiente a Dani.