Seguidores

Muy pronto, las aventuras de Dana y sus amigos continúan...

jueves, 11 de octubre de 2012

Capítulo 2


Capítulo 2

“Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas.”
- Harriet Beecher Stowe

“Ding-dong.” Sonó el timbre oxidado de mi casa. Me terminé de poner esos pantalones pitillo de un color azul intenso que me quedaban de maravilla. Me puse una camisa blanca, me recogí el pelo con un lápiz y me puse las converse negras: lista para hacer un trabajo con el chico más guapo del mundo.
— Hola Adrián.
— Hola Dana.
— Pasa, pasa.
Fuimos a mi habitación y comenzamos a sacar información, aunque en realidad no la utilizábamos, nuestros conocimientos eran suficientes para llenar un libro.
Conectamos nuestros IPods al ordenador y sacamos todo lo que teníamos de los Beatles. Después diseñamos cada diapositiva en PowerPoint sobre cada miembro, contamos su vida personal y profesional, luego la del grupo en general, cómo empezaron, sus grandes éxitos... Añadimos la música de fondo según concordaba con lo que se contaba; estaba claro que mientras hablábamos sobre cuando murió tal persona no íbamos a poner canciones marchosas y cuando pasaba algo bueno en su vida no poníamos música triste. Finalmente practicamos la exposición un par de veces, lo revisamos todo y lo dimos por fin por acabado.
— Ha sido el trabajo más divertido que he hecho – dijo él.
— Y yo, sacaremos muy buena nota.
— Oye, todavía es pronto, ¿por qué no vamos a dar un paseo?
— Emmm...yo...vale – dije algo incómoda, sin embargo, o él no lo estaba, o lo disimulaba de maravilla.
— Vale, pues vamos.
Fuimos hasta el parque de enfrente y estuvimos hablando y hablando. Jamás pensé que encontraría a alguien así. Era perfecto. De ojos verdes cual esmeralda, pelo revuelto castaño claro, piel morena, muy seguro de sí mismo, confiado, simpático... Y a los dos nos apasionaban los grupos antiguos. Ahora lo tenía que admitir, estaba completamente enamorada.
— Aparte de hablar de música, no sé nada de ti – me dijo.
— Ni yo de ti – respondí.
— Pregúntame lo que quieras – dijo con aire resultón.
— ¿Qué quieres ser de mayor?
— Médico.
— ¡Impresionante! ¿Así que irás el año que viene por ciencias?
— Sí. ¿Y tú?
— Quiero ser guionista de cine.
—Vaya, entonces irás por letras, así estaremos separados.
— ¿Qué?
— Nada, nada. ¿Cómo escaparás mañana por la noche?
— Pues no sé.
— Yo te puedo llevar en mi moto.
— ¿Tienes una?
— Sí. Un ciclomotor negro.
— Jaja, así que eres un chico malo ¿eh?
— No, no quiero dar esa imagen.
— Tranquilo, era una broma.
— Te viene bien... ¿a las ocho? Podríamos ir al museo, quizás luego dar un paseo e ir al concierto. ¿Te parece?
— De acuerdo. Intentaré salir por la ventana con una de las cuerdas de escalar de mi padre.
Al día siguiente
Eran las ocho en punto. Respiré hondo y até bien fuerte la cuerda de escalar al picaporte de la puerta de mi habitación, una vez lo hube comprobado, la lancé y comencé a bajar con precaución por ella. Cuidaba cada movimiento, cada acción y por fin mis pies tocaron tierra. El suelo de mi jardín para ser exactos. Adrián destacaba en mi calle llena de arbolitos verdes, flores y arbustos frondosos. Las farolas emanaban toda su luz hacia él e iluminaban simpáticamente sus ojos verdes.
Me monté tras él en la moto negra y me puse el casco naranja fosforito que había escogido para mí.
— Gracias, aunque si llega a tener lucecitas incorporadas ya me habrían pillado de sobra – ambos reímos.
La moto arrancó y me sentí genial al agarrarme a él. Notaba que estaba muy bien protegida.
Aparcamos sin dificultad a la entrada del museo y entramos entusiasmados.
— Voy al servicio un momentito – dije.
— De acuerdo, te espero aquí.
Pero al volver todo se derrumbó en mi mundo de fantasía.
Ahí estaba el guapo motero, con sus inconfundibles ojos verdes, su tono de voz relajado y confiado y sus dientes perfectos. Pero no estaba como yo deseaba encontrarle: con las manos en los bolsillos admirando fotografías inéditas; sino dándole un beso en la mejilla a una chica alta y castaña de ojos verdes y que llevaba un vestido negro con un cinturón rojo. Era tan ajustado y corto que pensaba que iba a explotar de un momento a otro.
— Hola, espero no interrumpir.
— Oh, em... hola Dana. Esta es Noelia, Noelia, está es Dana.
— Encantada, Dana. ¿Así que tú eres esa tan buena amiga de la que me ha hablado Adrián?
— Sí, esa soy yo...una...amiga.
— Bueno Adrián, nos tenemos que ir – Soltó Noelia de sopetón.
— Lo siento Dana, no sabría que Noelia me necesitaría esta noche, me temo que habrá que cancelar lo del concierto.
“Sí, claro que le necesitas, para que puedas besuquearlo todo lo que quieras sin que la amiga pesada de Adrián esté delante.” – pensé furiosa y deprimida a la vez.
— No importa – dije con los ojos rojos. Me sentía estúpida.
— Pero deja que te lleve a casa en mi moto, sería lo menos que podría hacer.
— ¿Y yo qué? – dijo Noelia.
— Es verdad, solo pueden montar dos personas, pues lo siento una vez más Dana, sin embargo, hemos podido ver el museo ¿no?
— Sí...el museo.
— Pero, ¿cómo irás a tu casa?
— No sé.
— Llama a tus padres.
— Sí, claro. Les digo que vengan a recogerme al quinto pino, que acabo de salir del museo de los Beatles y luego me iba a ir a dar un paseo e ir a un concierto con un motero. Y todo eso a sus espaldas. ¿Estás tonto o qué?
— Ey, no le faltes el respeto ¿eh? – me dijo Noelia.
— Déjame en paz chorizo, me temo que te has apretado demasiado el vestido y te ha afectado al cerebro.
— ¿Perdona? ¿Pero yo qué te he hecho a ti niñata?
— Chicas, dejadlo ya. Noelia, vete poniendo el casco – sí, se puso el casco fosforito que había preparado para MÍ – y Dana, no sé por qué te comportas así, ella no te ha hecho nada.
Me costaba admitir que así era, así que me limité a mantener una postura fría y seria.
— En fin, si te apetece, la gira de los grupos antiguos continúa hasta la semana que viene. Si quieres, podemos ir el próximo sábado.
¿Pero cómo se atrevía a decirme eso cuando estaba saliendo con otra chica a la vez?
— Déjalo, Adrián; y gracias por dejarme plantada. Vete con Noelia al concierto del sábado si quieres.
— Pero es que yo quiero ir contigo.
Por desgracia esas palabras no provocaron el efecto que tuvieron aquella otra noche, me di la vuelta indignada y pedí un taxi que me llevara a casa.

4 comentarios: